viernes, 10 de noviembre de 2017

Fishmans - Long Season (1996)


ÁLVARO: Llegamos tarde a nuestra cita, quizá aturdidos por nuestra última aventura, que nos encuentra invadiendo el canal de unos impostores llamados “Rockríticos”. Os ponemos el enlace a su página de Facebook por si queréis tirarles ladrillos virtuales. Más allá de estos sucesos de carácter fantasmagórico, por ejemplo, traemos un disco que, si soy sincero, es la razón por la que obligué a Jorge a instaurar el Japomés como fiesta musical. Hablo de Long Season, de Fishmans. Entre las buenas noticias que acompañan a esta decisión es que es casi imposible encontrar una crítica de este álbum, así que estamos abriendo nuevo territorio, que es de lo que se trata.

JORGE: Hoy mismo he leído a alguien en Twitter hablar de la importancia de indagar en la música japonesa, que va mucho más allá de bandas sonoras de animes y videojuegos, y no podría estar más de acuerdo con esa afirmación y la idea que subyace en el párrafo anterior. Efectivamente, no es este un trabajo sobre el que sea tarea muy fácil encontrar reseñas (apenas 60 opiniones en RYM, a pesar de estar en el Top 300 histórico, y en el Top 10 del año en que se lanzó) y eso hace que esta crítica sea más agradecida… pero no por ello menos complicada. Y eso por qué será, cuéntales, Álvaro.

A: Todo esto, unido a mis recientes lecturas, hacen que esta crítica sea muy especial. Recuerdo que la primera vez que escuché este disco fue, casi seguro, en el metro. Y no me causó ninguna sensación especial, creo que apenas le presté mucha atención. Lo olvidé muy rápido, como era de esperar. Porque pese a que es un álbum bastante asequible, comparado con alguna de nuestras propuestas anteriores, necesita cierta dedicación para no encajonarlo con otras de esas pretenciosas suites que se hacen eternas y en las que no pasa nada.

J: Es un disco que a mí, en una primera escucha, me gustó, pero tampoco atrapó, precisamente por esa falta de atención. En cuanto le dedicas tiempo, se convierte en una preciosa epopeya de 35 minutos que te agarra y sacude hasta hacerte trocitos. Pero pongamos un poco de contexto. Fishmans son (eran) unos señores japoneses que hacían sus cosas musicales de dub y rollos atmosféricos, y psicodelia y cosas así, en discográficas indie desde finales de los 80. Este álbum supuso su bautismo de fuego con una gran compañía (Polydor) y también el punto más alto de una carrera que terminó en el disco siguiente, y con la muerte del vocalista Shinji Sato. Es, con diferencia, su trabajo más conocido y mejor valorado, y aunque no he escuchado el resto, pues puedo afirmar que entiendo perfectamente el por qué.

A: La visión del dream pop de Fishmans, si es que les podemos meter en ese género, es bastante única. Su música me conjura imágenes de una extraña burbuja que rodea a una mastodóntica ciudad que al mismo tiempo está sepultada bajo una frondosa selva. Y además nieva. Igual debería leer menos.

J: A mí me evoca sensaciones más cercanas a las de alguien que se ha perdido en mitad de un bosque frío, ya entrado un otoño que se torna invierno poco a poco, y que no queda lejos de un mar que gotea desde el puerto mientras llueve. O no, no lo sé. El caso es que veo, más que oigo, melancolía, gris, nostalgia, algo de frío, y aún así cierta esperanza y calidez. Igual debería escribir menos yo.

A: Hay muchos goteos en el disco, un ambiente como subterráneo que subyace a todo. No sé por qué no tuvo éxito mi escucha en el metro. En fin, como es lógico para una pieza que dura 35 minutos, pasan bastantes cosas. El bajo retumba, producto de las influencias dub que ya mencionabas, y las guitarras resuenan muy lejanas. Durante tres minutos se construye un paisaje medio alienígena hasta que el primer riff de órgano comienza a repetirse. Hay varios de estos leitmotivs, el más potente de ellos el que sucede justo después de que la batería amenace con entrar en la canción: otro órgano, más sucio que el anterior, que es soportado por unos arpeggios de piano, una presencia casi constante.

J: Ese ostinato de piano es lo que le da una continuidad absoluta (entre otros elementos, si bien es el más destacado) al disco, y me ha sorprendido comprobar que el responsable, Honzi (que también es quien trabaja los teclados, violines, órganos y acordeones, con una presencia melódica fuerte), era más miembro colaborador del grupo que participante a jornada completa. En cualquier caso, el disco consta, como dices, de una pieza de 35 minutos que en algunas versiones, como la que yo he escuchado, se divide en cinco cortes de entre 5 y 10 minutos. Para reseñarlo es mucho más cómodo, claro, aunque a la hora de escucharlo, bastante innecesario: la división entre la segunda y tercera parte, así como entre la tercera y la cuarta, es bastante natural, pero el resto resultan un tanto artificiales y superfluas. Y, por supuesto, no tiene excesivo sentido el álbum si no es con el conjunto completo.

A: Yo lo he escuchado del tirón, y como dices, creo que es como debería ser. Una de las cosas que más me gustan es que evoluciona en tu cara, sin que te des ni cuenta. A eso del minuto doce entra un nuevo motivo de piano que cambia buena parte del carácter de la “canción”, aunque la progresión de acordes sea la misma. A eso de la mitad, se permiten tener el típico momento jazz de solo de batería, y despejan toda la muralla de instrumentos que han construido para dejar lo que parece solo el eco de lo que habían estado tocando, que escuchamos desde una alcantarilla, o algo por el estilo. Esta sección instrumental, que tiene ritmos casi africanos y campanas y rayos láser porque sí, culmina con una vuelta a lo inicial (pero no exactamente lo inicial) como si nos estuviéramos despertando de un coma en el minuto 22. Qué maravilla todo.

J: Esa sección de ritmos casi africanos y rayos láser con goteos de alcantarilla (la parte 3) me recordó un tanto a los Boredoms que reseñamos la semana pasada, y es un cambio de tercio absoluto, aunque a través de ese despertar (la parte 4) más guitarrero y con coros que cantan cosas muy complicadas (“paaaaa parapa papapaaaaa”) se vuelve a la idea inicial, siendo los últimos diez minutos del trabajo de nuevo un repaso a la melodía del piano, las voces lánguidas, el acordeón y las guitarras del comienzo del disco. Y hablando de voces lánguidas… Madre mía, Shinji Sato. Madre mía.

A: Tiene una voz peculiar, muy aguda, con poquitas ganas. Es muy dulce, y le viene bien a la música, supongo. Si la intención era que todo pareciera un sueño, Sato no quiere despertarte. Y en lo que se refiere a este disco, es un instrumento más, en cierto modo. Aunque el disco tiene letra, que habla de algo así como una escapada otoñal, es en japonés. Quién sabe japonés. Porque yo no.

J: Totalmente de acuerdo. La letra, cuya traducción he buscado, no hace falta entenderla mucho, porque transmite justamente lo mismo que buscan narrarte el resto de instrumentos. Es tan breve que podríamos ponerla entera aquí: son tan solo 14 versos, varios repetidos, que hablan de escaparnos al bosque juntos, y de correr, correr, correr, y de encontrarse en un sueño. Pues eso. Todo tan onírico como era de esperar.

A: Pos claaaaaaaaaaaaaaaro. Bueno, qué, ¿hemos dicho suficiente?

J: Pues no lo sé. Imagino que sí. Supongo. ¿Lo hemos hecho? Bueno, espera. Hemos mencionado a Sato y a Honzi, pero me gustaría dejar caer por aquí también el nombre de Yuzuru Kashiwabara (bajo) y, sobre todo, sobre todo, del genial Motegi Kinichi, a la percusión. Por ser justos. Y bueno, si quieres hablar un poco del Fishmans post-Long Season, pues tú mismo, pero yo ya.

A: No quiero yo hacer spoilers a nuestros lectores, aunque por desgracia creo que solo tienen un disco posterior a este. Si de verdad quieren fliparlo con Fishmans, recomiendo sus directos, el último de los cuales (28 de diciembre de 1998), contiene la que quizás sea la versión definitiva de este trabajo, extendida hasta los cuarenta minutos. Y dicho eso, notas.

J: Notas, notas, notas. Pues no me voy a enrollar: un 9, y santas pascuas. Ahí lo llevas.

A: Yo no tengo acceso ahora mismo a mis símbolos arcanos, pero la estrella de cinco puntas (). Y un 8,5. Voy a cantar canciones de High School Musical con mi hermana. Cierra tú.

J: Pues. Esto… Ehhh… Anda mira, ya lo tengo. Hace pocos días tuvo lugar un bonito aniversario comunistoide revolucionario que la gente tal vez achaca a octubre, pero realmente no. ¿Puedo gritarlo?

A: Como decía aquel programa de Jesús Vázquez, allá tú.

J: ¡Feliz lanzamiento del Sputnik-2, camarada ya!

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