La gente me acusa de ser un fanático de Muse. Esta serie de seis artículos no va a hacer nada por contrarrestar esas afirmaciones, por supuesto. Y tampoco voy a negarlas directamente: es verdad, me encanta Muse. Pero noto como su atractivo, hace años tan evidente para mí, empieza a desvanecerse mientras empiezo a apreciar a otros artistas de mayor calidad o importancia.
Pese a todo, los lazos emocionales siguen ahí. Sigo teniendo cariño a las bandas con las que crecí: Depeche Mode, primero; luego otras como la Electric Light Orchestra o Styx, etc. Cada día que pasa es un día menos para que llegue el momento en que Muse pase a engrosar esa lista de grupos que me apasionaban, en pretérito (lo de Depeche Mode, es distinto, porque ellos son fantásticos desde cualquier punto de vista).
Empecemos con él obligado capítulo de cómo llegué a Muse. Normalmente suelo saber perfectamente las circunstancias, o más en concreto, la canción que empezó todo. Esta no es una excepción.
Supongo que sería 2006, o 2007. En cualquier caso, una época en la que Last.fm no te ponía límites en cuanto a escuchar música. Por algún motivo, “Starlight” apareció en la radio que estaba escuchando por Internet. Y me gustó. No creo que me emocionara, pero me gustó.
¿Pero por qué me convertí en un fan de los de Matt Bellamy en lugar de, digamos de Incubus (cuyo “Anna Molly” también descubrí gracias a Last.fm, y también me gustó)? No tengo una respuesta.
Volvamos más atrás en el tiempo.
El condado de Devon, al suroeste de Inglaterra, es donde comienza la historia. En Teignmouth, un pueblo de menos de 15000 habitantes, tres amigos comenzaban a hacer sus pinitos en la música con diferentes bandas. Está Matt Bellamy, un guitarrista y prodigioso pianista, hijo de George Bellamy, miembro de The Tornadoes, la primera banda británica en llegar al número 1 en EE.UU. Está Chris Wolstenholme, que en esos momentos no era bajista, sino batería. Igual que Dom Howard, que fue el que echó el gancho a Matt cuando necesitó una guitarra en su grupo.
A Wolstenholme le acabaron convenciendo para que pillara el bajo, y con la decisión de Bellamy de cantar y componer, la “leyenda” empezó a fraguarse.
Los primeros años, como suele ocurrir, fueron de batallas de instituto y infinitos cambios de nombre. Nombres como “Gothic Plague” o “Rocket Baby Dolls” pasaron por sus mentes, antes de decidirse, por inspiración de un profesor de arte, por Muse.
Cuando decidieron que aquello era cosa seria, y empezaron a dar bolos por ciudades importantes, llegó la hora del álbum de debut. Definirse como banda. “Showbiz” era ese álbum.
Lanzado por la discográfica australiana Mushroom Records, era una muestra de rock alternativo potente que les granjeó incontables comparaciones con Radiohead, que en cierto modo son injustas, porque en 1999, Radiohead estaba literalmente en otro plano astral reservado para los dioses. Y Muse no lo eran. En todo caso, las comparaciones acabaron beneficiando a la banda.
Las dotes de Matthew al piano se hacen notar ya desde el principio. “Sunburn”, apoyada por la ágil batería de Howard y por uno de los mejores estribillos del álbum, es sensacional. En cierto modo, es una canción que, dentro de la discografía de la banda, nos deja ver muy bien lo que sucedería en el par de álbumes siguientes: bajos saltarines, falsete, algún que otro solo de guitarra y mucho, mucho dramatismo.
Una característica importante de este álbum, comparado con el resto del catálogo de Muse, es que la temática de grandes conspiraciones, malestar social y otros asuntos orwellianos no hace acto de presencia todavía. Esta, como Matthew señaló hace bastante poco, es una de las pocas ocasiones en la que los Muse hablan de... ¡relaciones! Y eso, anuncio, parece ser lo que nos espera con “The 2nd Law”...
“Muscle Museum” es más de lo mismo: otro estribillo demoledor, otro crescendo grandioso y otra fantástica canción. Suele ser considerada como lo mejor del álbum, y desde luego tiene un riff de guitarra genial. También es curiosa la voz de Matt, no especialmente ahora sino en el resto del disco también: acostumbrados al loco barítono que de vez en cuando saca los agudos demoledores a pasear, aquí parece menos maduro. Supongo que habrá que ser un enfermo mental como yo para darse cuenta, pero bueno.
Está claro que “Showbiz” es el álbum más desconocido de la banda, y son estas dos, junto con “Unintended”, las que más suenan entre los que no están demasiado familiarizados con el grupo. Sin embargo, una de las grandes tapadas es “Fillip”: más agresiva, más guitarrera y con un puente espacial que se convertiría más adelante en una seña de identidad. La forma en la que vuelve a aumentar el tempo, después de ese puente, es sencillamente colosal.
De todo el canon de Muse, es posiblemente que “Falling Down” sea una de las canciones que menos pegan con el resto: una balada, apoyada en una perfecta melodía de guitarra de Matt, con un compás de vals y todo. En realidad, aunque nunca me ha despertado excesiva admiración, hay que reconocer que es una canción maravillosa, y donde los críticos que lanzaban como bombas comparaciones con Jeff Buckley pueden tener más razón (aunque Jeff Buckley sea un genio inigualable).
Volvemos a la tralla pura y dura: los riffs heavies eran una especialidad de la banda, y “Cave” es buena muestra de ello. Un ambiente épico en el estribillo, y el martilleo del piano siempre detrás, mientras Matt deja alguna ruidosa floritura a la guitarra. Chris está magnífico, y Dominic más potente que nunca.
Y llegamos a la mejor canción de Muse que la gente no conoce: “Showbiz”. Durante cinco minutos y pico, la banda se deja el alma en un crescendo inigualable. Siniestra al principio, cuando sólo están Matt, los tambores y el bajo; descomunal después. La tensión que crean durante los dos primeros minutos aún no tiene parangón en el resto de su carrera. Dominic está tan perfecto como siempre, igual que Wolstenholme (¿el mejor bajista del rock alternativo?)... Pero Matt, ay, Matt. Da la interpretación vocal de su carrera, incomparable, tocando todo su enorme registro para terminar en la estratosfera o lo que esté por encima. Sé por experiencia que muchas personas que detestan a Muse lo hacen por la voz de Matt; esta canción debería callar unas cuantas bocas.
Es una lástima, pero el álbum no vuelve a alcanzar estos niveles de grandeza. Pese a todo, vuelven con una balada similar al “Falling Down”. “Unintended” es incluso más sobria en instrumentación, aunque tenemos un órgano por alguna parte, y la emoción de Matt es mucho más palpable aquí. Si hay alguna canción de Muse a la que se pueda tachar de “bonita”, es esta.
La relajación es momentánea: “Uno”, que empieza con una fuerza tremenda, nos devuelve al mundo real, para luego mostrarnos a un Matt usando, por primera vez, su temperamento inglés: “You're still nothing to me/and this is nothing to me/and you don't know what you've done/but I'll give you a clue”. Abro paréntesis: he de decir que Matt nunca me ha gustado como letrista, por eso no estoy aburriendo al personal con frases de las canciones, ya que no le hacen quedar muy bien por lo general.
Algo más cañera y con un estribillo que vuelve a mostrar el falsete de Matt en todo su esplendor, “Sober” llega a nuestros oídos. Sin ser nada especial, consigue atraer la atención con bastante facilidad. El puente, con ese sonido extraño (que debe de ser la guitarra pasada por un centenar de filtros misteriosos), es en parte responsable de que esta canción destaque, porque lo que nos queda del álbum, seamos sinceros, es un poco flojo.
La tercera baladita del álbum es “Escape”, en la que Matt y supongo que Chris armonizan en las estrofas... Hasta la explosión: las guitarras vuelven a atacarnos sin piedad y, en lo que es uno de los mejores momentos del álbum, tenemos el magnífico solo de Matt... para volver otra vez a la calma y tranquilidad.
Las dos últimas canciones del disco también son las peores. Primero llega “Overdue”, que tras otro comienzo fuerte nos vuelve a bajar la intensidad para subirla de nuevo, etc. Nada del otro jueves. Lo único que le da a estas canciones más flojas algo de interés es la gran fluidez que aporta la batería de Howard.
Para terminar, está una de esas canciones que, no sé si es porque está la última y siempre la quito antes de que suene, nunca me han llamado nada la atención: “Hate This and I'll Love You”. El piano eléctrico (parece un Rhodes) de Matt nos introduce a esta nueva balada (también en ¾) que gana fuerzas en los estribillos para desvanecerse después, en lo que ya parece habitual. Pese al llamativo título, no despierta mi interés.
En fin: el debut de Muse no tuvo un excesivo éxito, ni crítico ni comercial, y no creo que nadie se aventurase en aquella épica a pensar que el trío de Teignmouth fuera a convertirse en lo que es ahora: una de las mayores bandas de rock del mundo. En cambio, “Origin of Symmetry”...
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LO MEJOR: La primera mitad del álbum, especialmente “Sunburn”, “Muscle Museum”, “Fillip” y, por supuestísimo, “Showbiz”.
LO PEOR: La cosa pierde fuerza para el final.
VALORACIÓN:
- Personal: 9/10
- “Musical”: 6/10
NOTA ACTUALIZADA 2017: 19/30
jizz in my pants.
ResponderEliminarparte 2 ya!
GRASIAS DE HANTEBRASO Y PeRDONEN LAS DISKULPAS OK JEJEJ
Puff. Acabo de escuchar Showbiz - la canción- y la verdad es que es bastante buena. La verdad es que por lo que llevo escuchado, sin llegar a ser un discazo, mostraba que estos jóvenes podían tener un futuro muy interesante.
ResponderEliminarLuego echo un vistazo tu segunda crítica.
Gracias a ambos por pasaros ;-)
ResponderEliminarLas Letras de Absolution y de Black holes and revelations son de lo mejor que he visto, por ejemplo The Small Print Y Ruled by secrecy tiene una letra muy buena y en BH&R asssasin, exo politics, y city of delusion son de las mejores letras de muse, en origin of symmetry destacamos Citizen Erased y Megalomania
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