JORGE: Una semana más, los designios de Belcebú, el rey carmesí, han llevado a nuestros caminos a juntarse en esta corte musical, a discutir sobre un verdadero clásico. Un disco que sentó las bases de un género que ha tratado Álvaro profusamente en el blog, y que él podrá presentar mucho mejor que yo. ¿Por qué he comenzado a hablar, pues, antes que él? Ese es un misterio del que jamás conoceréis la respuesta. O sí. El timón es tuyo, tovarich.
ALVARO: Mucho rock progresivo estamos trayendo. Demasiado, probablemente. Por mucho que represente los excesos del género y una dependencia en la técnica en la que cada vez estoy menos de acuerdo, el rock progresivo es un estilo que conozco bien desde hace años. Podría hablar de aquella vez en el instituto cuando presenté un trabajo sobre el tema, pero no le interesa a nadie así que no lo haré. El caso es que es este presente álbum, “In the Court of the Crimson King”, el que inaugura el género, allá por 1969. La banda por aquel entonces llevaba apenas unos meses junta, aunque todos se conocían desde hace un tiempo: el guitarrista Robert Fripp y el batería Michael Giles estuvieron en un trío psicodélico-experimental con el hermano de este último, y el teclista y multinstrumentalista Ian McDonald también había compartido conjunto con Peter Sinfield, el... consultor artístico (letrista, sin ir más lejos, aunque tomaba casi cualquier decisión de índole creativa. El choque de egos con Fripp tuvo que ser digno de ver). Como ocurriría siempre con los Crimson, estos integrantes (a los que hay que añadir, por supuesto, a Greg Lake, el bajista y vocalista que luego formaría parte de Emerson, Lake & Palmer) no se mantendrían mucho tiempo juntos. Igual que dijimos que Joy Division no era Ian Curtis y ya está, no es fácil afirmar lo mismo con Robert Fripp y King Crimson, ya que lo uno no existe sin lo otro.
ALVARO: Mucho rock progresivo estamos trayendo. Demasiado, probablemente. Por mucho que represente los excesos del género y una dependencia en la técnica en la que cada vez estoy menos de acuerdo, el rock progresivo es un estilo que conozco bien desde hace años. Podría hablar de aquella vez en el instituto cuando presenté un trabajo sobre el tema, pero no le interesa a nadie así que no lo haré. El caso es que es este presente álbum, “In the Court of the Crimson King”, el que inaugura el género, allá por 1969. La banda por aquel entonces llevaba apenas unos meses junta, aunque todos se conocían desde hace un tiempo: el guitarrista Robert Fripp y el batería Michael Giles estuvieron en un trío psicodélico-experimental con el hermano de este último, y el teclista y multinstrumentalista Ian McDonald también había compartido conjunto con Peter Sinfield, el... consultor artístico (letrista, sin ir más lejos, aunque tomaba casi cualquier decisión de índole creativa. El choque de egos con Fripp tuvo que ser digno de ver). Como ocurriría siempre con los Crimson, estos integrantes (a los que hay que añadir, por supuesto, a Greg Lake, el bajista y vocalista que luego formaría parte de Emerson, Lake & Palmer) no se mantendrían mucho tiempo juntos. Igual que dijimos que Joy Division no era Ian Curtis y ya está, no es fácil afirmar lo mismo con Robert Fripp y King Crimson, ya que lo uno no existe sin lo otro.
J: Ciertamente, es el nombre de Robert Fripp el que más se suele asociar con el grupo, al ser el único que se ha mantenido en todas sus formaciones (que han durado desde este primer disco hasta… hoy, aunque con parones de largos años); sin embargo, para mí no es el que más destaca, casi más bien al contrario, en este trabajo. Y el nivel de los músicos que encontramos suena a cualquier melómano a poco que indaguemos un poco en sus carreras: Lake, por supuesto, como ya has mentado, en Emerson, Lake & Palmer; pero también otros como Ian McDonald parieron luego bandas como la mítica Foreigner. Y aquí, desde luego, no hay uno solo que no se haga notar en lo que le concierne, en los tan solo 5 temas que componen el trabajo.
A: Así es, un trabajo con pocos temas, todos relativamente largos, ¿hay algo más progresivo que eso? El caso es que, por increíble que parezca, este álbum fue un éxito comercial. De alguna manera se las arreglaron para que la gente comprara esta experimental mezcla de rock, psicodelia, música clásica, jazz e improvisación con letras pesimistas sobre la guerra de Vietnam. Supongo que eso ayudó a que varios grupos surgieran de sus cuevas y ampliaran los horizontes de la música. Los más exitosos, sin embargo, bebían más de las fuentes del folk británico (Genesis y Yes, sin ir más lejos), mientras que las aspiraciones de King Crimson son más vanguardistas. Fripp estaba instruido en el jazz, cosa que se nota bastante en el disco, con esos saxofones tan prominentes en el tema inicial, o por supuesto en la larga jam de “Moonchild”. Así que en ese sentido, King Crimson es una de las bandas más innovadoras del rock.
J: Me sorprende, como es de esperar, que fuera un éxito comercial. Desde un punto de vista de la crítica es perfectamente comprensible, porque el virtuosismo y la innovación desbordan los tres cuartos de hora que estamos tratando, pero desde un punto de vista comercial… No ya por género o por lo experimental de la mezcla, sino por un aspecto que, personalmente, lastra mucho mi apreciación del disco: a veces me daba la sensación de estar no ante un trabajo de rock progresivo, sino ante un portfolio, un muestrario en que los integrantes dicen “eh, somos capaces de hacer esto”. La sensación empieza a cambiar con “Epitaph”, y sobre todo en los dos temas de la cara B, pero en lo que concierne a “21st Century Schizoid Man” y a “I Talk to the Wind”, hay una desconexión total. Opino, sin ánimo de ser odiado.
A: ¿Desconexión en qué sentido? ¿Entre los temas, o con el oyente, o qué?
J: Entre los temas. Con el oyente la veo un poco en lo que es la jam de “Moonchild”, pero no demasiado; entre los temas, sin embargo, me cuesta verlos como parte de una misma concepción. Si me dijeras que estamos ante un “Best Of”, me resultaría más creíble que viéndolo como un disco debut (o no debut: como un disco de estudio, vaya).
A: Entiendo lo que quieres decir. La verdad es que los dos temas iniciales, “21st Century Schizoid Man” (que ya tan bien sampleó Kanye West en su “Power”) y “I Talk to the Wind” no podrían ser más distintos: el primero se caracteriza por su estridencia, por ese riff de Fripp acompañado de los metales, y Lake gritando distorsionado. Por su parte, “I Talk to the Wind” es lo más parecido que tienen al folk bucólico de otros grupos británicos de su mismo estilo. Me parece en cualquier caso que su presencia en el disco, la una seguida de la otra, no es tan chocante como comentas. Aunque sí que es verdad que demuestran muy bien la versatilidad de la banda, y que los otros tres temas están más ubicados en un punto medio entre ambos.
J: Quizás también me resulten más chocantes por las letras. “21st Century Schizoid Man” es, básicamente, una suerte de siniestro telediario; el “bucólico” que has utilizado para hablar de “I Talk to the Wind” es, sin duda, el adjetivo que más se ajusta a lo que canta Lake, y en “Epitaph” comienza, sin embargo, una narrativa bastante épica que se mantiene también en “Moonchild” y el tema que cierra, “The Court of the Crimson King”. Con todo, no se me malinterprete: para mi gusto está poco cohesionado, pero a título individual, son temazos de matrícula, y no podría haber un mejor comienzo para el disco.
A: Estoy relativamente en desacuerdo, porque creo que “Schizoid”, “Epitaph” y “Crimson King” comparten en cierto modo la temática de “telediario” que mencionas. Son tres temas reflejo de la paranoia y la guerra. Los dos primeros hablan más del futuro, como dos posibles alternativas a lo que presenta el tema de cierre (hombres que ya no sienten nada, o el apocalipsis nuclear). Los otros dos no están tan relacionados a nivel temático, aunque si comparten cierto parecido musical, por lo menos en lo que a los dos primeros minutos de “Moonchild” se refiere (que me parecen maravillosos y adelantados a su época).
J: Bueno, ciertamente, sí en temática, pero me refería más a la manera de contarlo. En “Schizoid” se habla de políticos, paranoia, napalm, esquizofrenia o neurocirujanos; en las otras dos, de reyes, reinas, cortes, hombres sabios, peregrinos o profetas. Las imágenes que ambas me crean de lo mismo son muy diferentes. Y, ciertamente, esos dos primeros minutos de “Moonchild” son de lo mejorcito, aunque me enamore más “Epitaph”. Primera canción que escuché, por cierto, y de la que vaticiné que sería mi favorita, una profecía que luego se confirmó.
A: Y eso que escuchaste una extraña versión a capella, que es lo que había en Youtube (Fripp no es amigo de poner su música en este tipo de plataformas). Pero sí, creo que los temas impares son los más fuertes. “I Talk to the Wind” es más normalito, y “Moonchild” tiene diez minutos de onanismo que aunque reflejen lo que era ir a un directo de Crimson, con sus densas improvisaciones provenientes del jazz, no deja de ser bastante aburrido. En mi opinión, claro. Hemos hablado ya de todo un poco, así que si no tienes nada más que añadir, podemos pasar a las notas, ¿no? Yo mientras tocaré el mellotron.
J: El mellotron, qué instrumento tan maravilloso (tardé unos segundos en darme cuenta de que probablemente las reminiscencias a los Moody Blues que me traía King Crimson se debían a este instrumento, más que al estilo). En fin, en cualquier caso, quiero recordar que aunque integre(mos) objetividad en las notas, hay un punto de subjetividad fuerte, para no enfadar a nadie: para mí, y si bien tiene momentos magníficos (la primera y tercera pistas, especialmente), esa desconexión que siento en el conjunto y partes como la jam de “Moonchild”, que me aburre soberanamente, hacen que no me guste tanto como quizás debería. O sea, que un poco extraordinario pero correcto 8’5. Bajo.
A: Con todo ese discurso creía que le ibas a dar un 3, o algo. Pero bueno, yo le doy un poco más, un precioso 27 (9) que sirve para recomendar a todos aquellos que no hayan escuchado esta obra maestra y al mismo tiempo germen del rock progresivo. Otros discos de Crimson son similares o hacen más hincapié en el moñigueo de “Moonchild”, así que no llegarían a los niveles de este debut hasta “Red”, otro discazo. Y luego está “Discipline” que me encanta, pero no tiene nada que ver con esto.
J: Es que hay mucho fan loco suelto, y no quiero represalias. Dicho eso, me encanta la palabra moñigueo, y las recomendaciones son de agradecer. ¿Algo más que añadir, o nos despedimos hasta la próxima reseña?
A: No, creo. ¿Que viva Iván Ferreiro?
J: Que viva Iván Ferreiro, cohone ya.
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