LA NOCHE CON LA QUE HABÍA SOÑADO EL ICONO DE CARABANCHEL
A medida que avanzaba la tarde el cielo se iba encapotando en Madrid. Y no me extraña. El sol, protagonista hasta pasadas las cinco de la tarde bajaba el telón en forma de nube para rendir pleitesía al icono que iba a alzarse sobre un mítico escenario de la capital. Horas más tardes y desde los al rededores de la plaza de Manuel Becerra bajando por la calle de Alcalá se mascaba el ambiente de día grande en el coso taurino de Las Ventas. Expertos en la materia, con tardes como esta a sus espaldas sabían que lo de hoy no iba a ser “uno más”. Vestían con camisetas negras y eslóganes que podían haber marcado su lema vital. Las copas de Whisky con cola ayudaban a atemperar los nervios y a soltar la lengua recordando lo que habían vivido y proyectando en su mente lo que estaba por vivir. Al fin y al cabo todos habían interpretado con mayor o menor suerte, celo o rabia, “Maneras de vivir”. Parecía que tocaba otra noche sin dormir.
Los que buscaban alternativas al corte de coletas han debido de pensar que su plaza ha sido mancillada para siempre. Los Mercado intercambiaban los papeles y el pequeño, Rodrigo, se ponía el primero en el escenario para, sin coleta, y con mucho reggea calentar las gargantas rotas de los 17.000 incondicionales que esperaban a su padre. El chico comparte una personalidad fría y unas letras castizas, que no castas, en sus formas con el padre. Eso sí, no parece haberse influenciado mucho por él y los amigos que le secundaban en el escenario. Es un tipo espigado que sin rastas y con ropajes sencillos forma melodías procedentes del otro lado del atlántico y que ha heredado el talento familiar para la música. Rodrigo Mercado es la evolución de un salto de 30 años de cambios en la música y donde los ritmos marcados y melódicos del reggea y el hip hop se adueñaron de las calles de los barrios humildes de Madrid.
Pasaban las 22:30, “vergüenza torera” rezaba el fondo del escenario y sobre él aparecían dos tipos y un protagonista, nunca le hizo falta más. Mariano y la Batería, Rafa y el bajo, su guitarra y su voz, Rosendo Mercado. Veinte años después de dejar de llamarse ‘Leño’. Un tipo que se ha convertido en un icono del rock urbano, quizá fuera el primera en practicarlo, el precursor y eso ya es decir mucho. Un señor que no se gasta de artillería comercial en sus intervenciones. Jamás se le escuchó un grito no velado político, un comentario fuera de tono o un mal gesto. Si de algo peca es de tímido, tanto como para no interactuar con verbarrea mareante a su público, que ya no lo busca. Lo que enfurece a este gentío ya metido en años, cercanos como él a los 60, es el “Cómo va la feria?” y los acordes que interpreta con su guitarra como si de un mismo ser se tratase. El público por aclamación pide una estatua suya en Carabanchel y ante el griterío mediático de la sociedad nadie debería oponerse.
Dónde va el Finao nos preguntó Rosendo como para que nos quedáramos pensativos mientras él terminaba de calmar los nervios y la timidez y es que durante esta primera canción no pudo aguantar la mirada a su público. Con la concentración del que se sabe en su mayor oportunidad y la sobriedad y elegancia que caracteriza la ejecución de sus temas acabó la primera canción. Después un “Buenas noches Madrid”, una sonrisa y que comience la función.
La maquinaria navega a muerte sin estridencias, una hora de martillo y mantequilla como diría algún motero despistado donde sonaron temas menos conocidos o habituales como ‘Listos para la reconversión’, ‘Cosita’ o ‘Al lodo brillo’. Quizá por que el del pelo largo que acariciaba una Feder negra tiene más de 100 canciones, (Cuenten conmigo a razón de disco por cada dos tres años de unas 12 canciones por trabajo) y puede permitirse el lujo de tocar lo que le apetezca sin estridencias ni momentos top durante una hora y hacer de esto una actuación digna de tomar apuntes para bandas locales.
Su público no entiende de manuales y por eso sin previo aviso comienza el turno de los paseos por el escenario. Ni yo ni las 16.999 personas que estábamos allí habríamos previsto ese momento tan inesperado como oportuno, como cuando ligas en la fila de la pescadería, que no te lo esperas pero siempre viene bien. Kutxi Romero de Marea incendia la plaza con “Muela la Muela” que bien podría ser incluida en cualquier disco de los navarros. ¿Qué hacen un poeta y un rockero en una plaza de toros? Emborracharla.
Como si el maestro de Carabanchel hubiera querido poner al límite nuestras emociones nos planta un cuarteto de cuerda junto a Rafa y suena ‘A Remar’ que interpreta junto a su hijo Rodrigo y donde la emotividad, las miradas de orgullo mutuas hicieron volverse locos a los fotógrafos intentando cuadrar el paso del tiempo.
Cuando más emotivos nos encontrábamos nos bajan la luz y la centran en una esquina del escenario donde aparece Rosendo sentado esta vez con guitarra española poniéndonos la piel de gallina cuando suenan los acordes del “Se Acabó” de Leño. Mientras en la pantalla del escenario se proyectan imágenes de Chiqui Mariscal y Tony Urbano, mientras la plaza solo puede aplaudir o callar. Todo el mundo guardaba los punteos de silencio de bajo rockero en homenaje a estos dos desaparecidos integrantes de Leño. Punteos de silencio rotos por la voz de Rosendo, “Leño por siempre”. La cosa no podía quedar triste, y en el escenario se hizo la Luz. Luz Casal quien ya fuera corista de este desaparecido grupo recuperó su verisón más rockera para lucir y remover su peluca azul al tiempo que su cálida y dulce voz relataba el “Entre las Cejas”.
Y en este escenario y con tantos amigos guardando filas debía de sonar el tema que da nombre a su nuevo disco. Decir nuevo es algo anacrónico en Rosendo y es que todo suena en el mismo estilo de siempre, el que le ha llevado a ser lo que es. Como quien le acompañó cantando “Vergüenza torera”, el Drogas, tan amigos y tan distintos. Uno pantalón pitillo y camiseta negra, el navarro no sabría describirlo. Lo que si podemos relatar es la rabia con la que interpretó esta canción, la fuerza con la que hacía volar su bastón y lo bien que han mezclado siempre estos dos. Ojalá vuelvan a repetir “Otra noche sin dormir”.
Era el preludio para que otra vez de forma inesperada sonara el punteo por el cual muchos quisieron apuntarse a clases de guitarra. También el punteo por el cual muchos desistieron de tocarla y es que nunca sonaría como la de su ídolo. “Flojos de pantalón”, donde salió un tal Fito Cabrales que acompañó al maestro en este himno, le hizo un par de reverencias y se largó. Lo siento por el bilbaíno pero no lució demasiado, se lo puso difícil con el mejor punteo del Rock Estatal. Si nos sirvió para ver gestos sobre el escenario del Fito más rockero de un tal ‘Platero y tú’.
“Amaina tempestad” prosiguió como poniéndonos en aviso de que subía a Madrid un huracán. Miguel Ríos, el único de los invitados que se atrevió a vacilar sobre el escenario a Rosendo y que le superó en protagonismo marcándose un mano a mano con “Agradecido” como víctima de ambos. Agradecido es como estaba Rosendo nada más acabar esta canción y avergonzado después de que Ríos le dedicara una estrofa personalizada a capela para desatar el libertinaje general.
Tras esto una de berberechos, ‘Masculino Singular’, la irreverente ‘Pan de higo’ y el clímax de ‘Loco por incordiar’. Se pidió un tiempo muerto, la gente necesitaba un trago y unas cuantas respiraciones, si acaso bajar de 180 los latidos y acordes por segundo o volver a aliñarse algo que fumar para recoger aliento, energía y desbeber los minis de cerveza que volaban de vez en cuando.
El descanso en una noche como esta siempre se hace eterno y para despertarnos de este cansino tedio suena un impresionante “… Y dale” para dar paso a uno de los temas más cañeros y gamberros del carabanchelero, “Navegando”.
Y así fue, “Navegando a muerte” como casi llegamos al final del camino, al final de un concierto, al final de más de dos horas de andar por veinte años de música. Los momentos importantes se viven mejor acompañados y Luz, Fito, Kutxi, Miguel y Rodrigo volvieron a subir al escenario para, junto a Mariano y Rafa, rendir pleitesía a ese icono hecho rockero, Rosendo en “Maneras de Vivir”. Una canción que fue interpretada de forma caótica pero daba todo igual, estaba desatado el mamoneo, la fiesta, el público y hasta un Rosendo que no paraba de sonreír.
Una canción que es un estado de ánimo, un himno en conciertos de otros grupos, en los coches de los que lucen tatuajes ya decolorados y que siempre resonará en las cabezas de los que alguna vez nos asomamos al rock español. Agradecido Rosendo, se te quiere.
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