lunes, 18 de diciembre de 2023

Las 250 de Quixote, Parte 2

 250-226 * 225-201 * 200-176 * 175-151 * 150-126 * 125-101 * 100-76 * 75-51 * 50-26 * 25-1

Ya está aquí el regreso de esta lista mastodóntica, una que me llevará igual un año completar, y a la que hoy se unen veinticinco temitas más, que no son pocos. En capítulos anteriores (uno, en singular) disfrutamos del R&B funky de Alexander O'Neal, de los hermanos más discotequeros, los Bee Gees, he incluso hubo tiempo para que el pelirrojo Mick Hucknall y sus Simply Red nos saludaran ¡dos veces!

Como abrir de boca, vayan por delante mis tres bandas favoritas que NO van a hacer acto de presencia en esta lista:

  • La ELO de Jeff Lynne no ha cruzado la pasarela, aunque no será porque no me encanta cómo frotan las cuerdas de sus violonchelos. De haberlo hecho, seguramente hubiera sido gracias a su extraordinaria "Sweet Talkin' Woman".
  • En el caso de Weezer, los nerds más adorables del power pop, ni siquiera su recorrido por la gama cromática en álbumes tan excelentes como el Blue Album ha sido suficiente para garantizarles un hueco. No seré "Buddy Holly" ni tú Mary Tyler Moore ni nada parecido.
  • Soda Stereo, mi banda en castellano más querida, no ha reunido méritos, para sorpresa de casi todos (yo el primero). Al menos, con esta mención de honor, puedo decir que les he "tratado suavemente", aunque no sé si lo suficiente.
Vamos ya al meollo de la cuestión, que ya es hora.

225. Depeche Mode, Walking in My Shoes

Martin Gore tiene un catálogo tan extenso de fetiches y obsesiones que hasta cuando habla de asuntos tan hermosos como la empatía suena endiabladamente perverso. Los zapatos con los que nos quiere hacer andar han vivido muchas aventuras, eso es seguro, aventuras que hay que experimentar si queremos saber a ciencia cierta lo que pasa por esa dorada cabecita. Claro, que con esos golpes de cuerdas rebosantes de vibrato, el bajo reptando por tu estómago, y esa batería que es prácticamente lasciva en sus insinuaciones, nos es suficiente para hacernos una idea bastante certera. No sé en qué categoría se archiva este "Walking in My Shoes", si en Faith o en Devotion, pero está claro que no hay otra banda que pueda convertir esta maravilla en algo tan perverso. Nadie como Depeche.

El momento: A medida que se repiten los estribillos, la voz de Gore ahoga a la de Gahan, dando la réplica una octava por encima. Ni siquiera Dave ha caminado lo suficiente con las botas de Martin como para robarle el protagonismo, no por esta vez.

224. Stereophonics, Dakota

Gales, tierra de príncipes y tigres, según parece. De aquí han salido grupos gamberros como los Super Furry Animals, contestatarios como los Manics... y también algunos cuya identidad parece deberle más a las bandas clásicas de rock setentero que a ninguna nueva ola británica. Stereophonics no vino a revolucionar nada, y aunque su producto era perfectamente competente, era difícil predecir que en 2005, de buenas a primeras, iba a aparecer "Dakota". Sólo se me ocurre otro tema  (aparecerá en 43 puestos, hay que estar al loro) que convierta la añoranza de un amor perdido en adrenalina de una manera tan sublime y eficiente. Y es que a menudo basta con un par de guitarras, una batería, y un recuerdo para hacer eclosionar la catarsis definitiva hecha música.

El momento: "SO TAKE A LOOK AT ME NOOOOW!!!". Kelly Jones pasa del despecho a la resignación en cuanto se saca de encima ese lema a gritos unas ocho veces. Es que no hay mejor terapia que un buen berrido a tiempo.

223. Talking Heads, This Must Be the Place (Naive Melody)

Tu hogar está allá donde esté tu corazón, dice la gente cursi; si damos por cierto el refrán, las inquietudes de David Byrne y sus Talking Heads los llevaron por un sinfín de alojamientos, desde el punk neoyorquino a la fusión funk-africana, antes de sentar la cabeza (muy temporalmente) en formas adyacentes, más por simpatía al movimiento que por sonido, a la new wave. "This Must Be the Place" es una de las mejores canciones en explorar ese sentimiento de cálida sorpresa que tenemos cuando creemos haber encontrado a la persona con la que compartir nuestra existencia, y lo hace desde un punto de vista autoflagelatorio ("¿cómo puede ser que alguien tan excepcional me quiera tanto a mí?") con el cuál es difícil no identificarse. Tras años de sonar tensos, al borde del colapso (y a juzgar por su inminente ruptura, de estarlo), es muy refrescante oír a la banda tan despreocupada, por una vez.

El momento: Byrne abandona sus neurosis y se termina con un jubiloso "ooooh" en falsete: las palabras ya no son suficientes. ¿Dónde quedó nuestro "psycho killer"?

222. Fleetwood Mac, Everywhere

Ya hemos visitado Tango in the Night en una ocasión (y volveremos a hacerlo... más de una vez), pero esta vez es el turno del otro mega-single. "Everywhere" no podría contrastar más con las vibraciones que debía transmitir la banda en aquellos años, pero de alguna manera los choques y tiranteces que se desprendían se sublimaron en pura magia. Desde los primeros segundos de esa introducción arpegiada se nos teletransporta a un mundo de caramelo en el que la voz rasposa de McVie funciona mejor que nunca: sus suspiros reverberantes suenan celestiales, y más aún con la estelar compañía de Buckingham/Nicks, menos tangibles que en "Little Lies" pero siempre presentes; las huellas de Buckingham en particular están por todas partes, especialmente el outro (casi seguro su voz sampleada con un CMI). La reinvención había vuelto a funcionar.

El momento: el "oooohAAAAAH" que te zambulle en el estribillo debe sonar cuando san Pedro te abre las puertas del más allá, por lo menos.

221. Juliana Hatfield, A Little More Love

Tras cuatro selecciones relativamente predecibles, es hora de descarrilar un poquitín. La carrera de Juliana Hatfield, una de las reinas del panorama alternativo noventero, es tan dilatada como desconocida para mí: lo primero en llegar a mis oídos de esta mujer fue un álbum de covers de una figura tan antitética como la de Olivia Newton-John (al que han seguido uno de The Police y otro de los colaboradores de Olivia en Xanadu, mi querida e ignorada Electric Light Orchestra). La original de la estrella de Grease ya era excelente, pero con detalles en la producción que han quedado desactualizados y una leve falta de cohesión; Hatfield es fiel pero hace bien en pulir las imperfecciones hasta dejar al descubierto la joya que había debajo, siendo capaz hasta de cumplir y más que con creces con las exigencias vocales del tema. Un soberbio update que adelanta por la derecha a su modelo.

El momento: Hatfield haciendo equilibrios con esos agudos de helio, aguantando los empellones de los sucesivos estribillos, cada uno distinto al anterior. Prueba superada.

220. Ambrosia, How Much I Feel

Pocos géneros hay tan escudriñados como el "yacht rock", ese esqueje de pop californiano elegante que a menudo se ha asociado a yuppies blancos con ciertas probabilidades de ser asesinos en serie; no se me ocurre otra variante musical que tenga un podcast con comité de expertos dedicado a decidir qué es yacht y qué no lo es. A Ambrosia siempre se les ha asociado al movimiento, y no es de extrañar: sus suaves baladas de piano, con esa producción de altísima fidelidad dando empaque a la sedosa voz de David Pack y los afilados platillos de Burleigh Drummond, son perfectas para darse una vueltecita por la Riviera Francesa, o el Manzanares, lo que esté más cerca. "How Much I Feel" es una masterclass de esta olvidada banda que tenía dominadísimo el tema de la generación de serotonina, al menos en mi caso. Pocos grupos tienen un nombre tan apropiado.

El momento: El yacht rock siempre lo cantan hombres arrepentidos para los que ya es demasiado tarde, y qué mejor encapsulación que ese "and you try to make amends / but you're better off as friends". Tranquilo David, lo superarás.

219. The Pointer Sisters, I'm So Excited

Me resulta muy extraño pensar en "I'm So Excited" como "canción", una que ocupe un espacio más en la constelación musical de la humanidad. Es un artefacto utilitario, en este caso uno con el solo propósito de hacerte mover los pies y abandonar por un breve lapso de tiempo tu cuerpo al son del boogie. Mi idilio con este tema comenzó en el peor de los contextos, que es yo escuchando música en la cama a oscuras, con bastante poca intención de "perder el control". Pero a las Pointer Sisters no les podría importar menos dónde estés o qué hagas: en ningún momento dejan opción a permanecer quieto ante la avalancha de ritmo que suscitan. A estas alturas, poner "I'm So Excited" es sinónimo de desparrame; como diría un Borg, resistirse es inútil.

El momento: tras tres minutos sin un instante de tregua, aparece el breakdown de la versión extendida, en el que la canción se destruye para volverse a reconstruir instrumento a instrumento, hook a hook. A los DJs de la época se les debían hacer los ojos chiribitas. 

218. Kate Bush, Wuthering Heights

Hay que estar hecha de otra pasta para, habiendo raspado apenas la mayoría de edad, aparecer en el panorama con una pieza tan bizarra, propulsada por una voz tan singular, como lo es "Wuthering Heights": ecos orientales, una evolución armónica impredecible, y un libro victoriano tuvieron la culpa de que Kate Bush se convirtiera en la embajadora del pop sin complejos, de una vanguardia que ha influido en todas las generaciones de compositoras que vinieron a continuación. Aquí empezó todo, en esta cumbre borrascosa cuya niebla es despejada por el piano y las palabras de Bush, espectral como nunca, rogando por el amor de su Heathcliff desde más allá de la tumba en uno de los estribillos más inolvidables (e irreplicables) de la historia. Kate Bush aparecerá unas cuantas veces en la lista, pero qué mejor manera de inaugurar su cuenta en el marcador con la canción que mejor la representa, ahora y siempre.

El momento: la manera en la que Bush interpreta ese "you know it's me, Cathyyyy" es sobrecogedora y kitsch a un tiempo, dos adjetivos que definen bastante "Wuthering Heights" en conjunto.

217. The Triffids, Unmade Love

Hay algo eminentemente australiano en los Triffids, como si una música tan pantanosa y cinematográfica sólo pudiera venir del subcontinente de los forajidos. La arena del outback corre por las venas de la obra de David McComb, y en ningún sitio como en "Unmade Love", que se aleja de la vertiente más jangle de otros temas para someternos a una descarga eléctrica. El bajo más que profundo es abisal, un latido en el desierto que llega acompañado de tormentas de guitarra y órgano. McComb está insinuante, haciéndose gigante o susurrándonos propuestas libidinosas a la oreja, según se tercie. Junto con titanes como los Go-Betweens, los Midnight Oil o The Church, pertenecen a una irrepetible generación de bandas que se encargaron de poner banda sonora a Australia en los años ochenta. Todo un hervidero del rock que merece la pena explorar.

El momento: los primeros segundos, con la arrolladora guitarra de McComb electrocutando tus tímpanos. Vaya toque de atención.

216. Prefab Sprout, Desire As

Steve McQueen es un álbum absurdo: hay seis canciones de su tracklist en estas 250, ninguno más se le acerca en absoluto. Paddy McAloon y sus Prefab Sprout capturaron un sonido muy concreto, un pop maduro y sofisticado, literario pero amable, plagado de acordes que salen como un conejo de una chistera y de momentos de éxtasis y de agonía. McAloon tiene un sexto sentido para ponerle letra a los instintos más primarios de la especie humana; de ahí "Desire As", que es menos una canción que un monólogo interno, un autoengaño obsesivo de alguien traicionado buscando justificar su rencor y fracasando ("I've got six things on my mind... you're no longer one of them", claro, me lo creo). La estructura es casi escheriana, con frases que se repiten, secciones que evolucionan y se completan las unas a las otras, voces que entran y salen, hasta resquebrajar la psique de nuestro pobre protagonista... Rematadamente simple y ridículamente compleja, como sólo puede ser la obra de un genio.

El momento: la revelación a coro de ese "and all I ever want to be is FAAAAAAR / FROM THE EEEYES THAT AAAASK ME". El núcleo emocional de todo el tema.

215. Naked Eyes, No Flowers Please

No sé qué tiene el formato dúo que se adecúa como un guante al género del synthpop: de Pet Shop Boys a Fangoria, pasando por Modern Talking y The Knife, se ve que lo de ver a una persona detrás de una muralla de sintetizadores mientras otra canta y hace lo que puede para rellenar el escenario con movimientos a menudo desaconsejables es algo que funciona. Naked Eyes no son la dupla más recordada, pero sí que puede ser mi favorita al menos en términos proporcionales a lo escaso de su rendimiento. "No Flowers Please" es prueba de que Byrne y Fisher eran capaces de insuflar un alma especial a una década tan frívola, un tema sin grandes derroches pero también sin fisuras, sustentado en una base instrumental en la que perderse y un estribillo que es un magnético lamento. Yo aquí hago caso omiso a su súplica y les tiro todas las flores que hagan falta.

El momento: Es un bloque de titanio indisoluble, pero si hay que destacar algo concreto el escueto break instrumental con los golpes orquestales y esa especie de marimba submarina es delicioso.

214. Katie Pruitt, Expectations

Katie Pruitt es la única artista de todo este tinglado que es más joven que yo, lo cual no sé si habla bien de ella, mal de mí, o las dos cosas. El caso es que su particular aproximación al pop con germen country suena de todo menos contemporánea: hay rastros de Fleetwood Mac por cada rincón (de entrada, el bucle interminable de Fa mayor / Sol mayor hace inevitable el acordarse de "Dreams", y no es ni de lejos lo único que nos lleva a ella). "Expectations" se mueve como una brisa melancólica por las inseguridades de una vida adulta a estrenar, una que nadie nos enseña a recorrer, y cuyos meandros nunca podremos predecir del todo. Pruitt va descubriendo certezas, ganando aplomo a medida que la canción progresa, de manera imperceptible pero real, despejando dudas hasta que sólo queda una pregunta pendiente: ¿PARA CUANDO EL SEGUNDO DISCO, KATIE?

El momento: el refrain de la coda, rezumando rimas internas que harían enorgullecerse a Eminem ("I hate it / so frustratin' / the weight of expectations bringing me down) mientras Pruitt se libera de sus cadenas.

213. Whitesnake, Is This Love

Al ojo inexperto le sería fácil identificar a Whitesnake como otra banda más de esta oleada glam ochentera, plagada de peinados inefables y mujeres despampanantemente espatarradas sobre el capó de un coche de gama media-alta. Y sí, literalmente, pero no hay que olvidar que Coverdale y sus muchachos tenían sus orígenes en el blues rock británico, por mucho que power ballads exageradas como "Is This Love" intenten difuminar su procedencia. Es un clásico de una épica tal que es capaz de evadir los casposos tropos de su género, tal vez porque se compuso pensando en que la cantara Tina Turner: en retrospectiva, hubiera sido fantástico, pero ver a unos melenas acostumbrados a todo tipo de excesos dar un paso atrás y abrir en su corazoncito una puerta a la incertidumbre adolescente siempre tendrá un encanto especial.

El momento: el destello de brillantez que es retrasar el estribillo un compás sólo para que Coverdale pueda desgañitarse: "SO I CAN HOOOLD YOU IN MY AAAAARMS".

212. Suzanne Vega, Left of Center

La abanderada de las inadaptadas por antonomasia, Suzanne Vega tuvo la valentía no solamente de exponer realidades crudas (recordemos que la preciosa "Luka" trata sin paliativos el maltrato infantil) si no también de poner al descubierto sus propias fobias. Eso sucede en "Left of Center", que pese a paradójicamente formar parte de la banda sonora de un megaéxito como La chica de rosa, nos muestra a alguien que prefiere alejarse de los focos tanto como sea posible. Una observadora de la condición humana como pocas ha habido en el pop, y acompañada por el sensacional Joe Jackson al piano, Vega se hace preguntas desde los márgenes: ¿Quién soy? ¿Quién eres? ¿Hay alguna diferencia? Para todas aquellas personas que hemos pasado momentos de alienación, es un alivio saber que no estamos solas, aunque sea en espíritu.

El momento: los breves pasajes instrumentales entre estrofa y estrofa, con concisos solos de guitarra o piano, unas fabulosas florituras. Y ese bajo, madre mía.

211. Marina, Froot

Si queremos ser responsables con nuestra huella de carbono, siempre se aconseja consumir fruta de temporada, que favorece la producción local y reduce las emisiones derivadas del transporte masivo. Por suerte, la temporada de Marina Diamandis dura los doce meses del año, ¡sin impacto negativo alguno! "Froot" es un delirio, dulce y fresco cual papaya: un tema de pop sintético de cinco minutos y medio podría acabar siendo cargante, pero Marina nunca permanece tanto tiempo en una idea melódica como para aburrir al personal; antes de llegar al estribillo hay cuatro ganchos totalmente diferentes (del cántico de patio de recreo inicial a ese "come on fill your cup UP!" que invita al descoyunte cervical a lo Raffaella Carrà) antes de desembocar en el jugoso mordisco final. La gente de Zumosol está perdiendo dinero no haciendo este tema el jingle de todas sus campañas.

El momento: es todo un despiporre, así que cuando Marina echa el freno en el puente para crear anticipación el clímax es aún más dulce: "yeah, they're HEAVYYYYYY".

210. David Sylvian, Red Guitar

Hay gente que nace guapa, gente que nace con talento, y finalmente personas con mucha suerte que tienen de sobra de ambas: verbigracia, David Sylvian, que en su período post-Japan navegó por sendas cada vez más insospechadas, construyendo bellos paisajes etéreos que flotan ingrávidos, cada canción un jardín zen en el que sentarse a descansar. "Red Guitar" sirve como excelso puente entre su carrera de ídolo pop y la de viajero intrépido por palos cada vez más esotéricos de la música universal: aquí hay un sustrato mainstream, una melodía pegadiza, un ritmo que atrapa; pero también el acompañamiento del trompetista new age Mark Isham y, por supuesto, del que sería uno de los colaboradores con más química de Sylvian, el hombre comodín de Tokio, Ryuichi Sakamoto, que riega lo que planta el cantante con su piano impresionista. Y si además de tantos dones, te rodeas de más genios como tú, la cosa empieza a ser injusta.

El momento: me vuelve loco su estribillo y cómo las mismas palabras, repetidas con minúsculas diferencias de entonación y ritmo, pueden generar sentimientos radicalmente distintos.

209. Billy Idol, Rebel Yell

"Mo', mo', mo'". Billy Idol tenía bastantes ingredientes para convertirse en una figura denostada por los círculos más pedantes y puristas: oriundo del punk canalla británico, aprovechó su icónica imagen de pelo oxigenado y cuero con tachuelas para lanzar una carrera en solitario en la que se deshizo de lo más beligerante de su sonido, perdiendo una base de su audiencia pero adquiriendo otra mucho mayor, atraída quizá por su socarronería rebelde, aún intacta. Pero Idol era una estrella del pop, y "Rebel Yell" no da cabida a duda alguna al respecto: por más guitarras crujientes y morritos que ponga, los sintetizadores hipergalácticos y esa batería con el reverb a tope no mienten. Decisión comercial o no, ni los más reaccionarios pueden negar que la fórmula funcionó y funciona a día de hoy, y ya es más de lo que se puede decir de muchos de sus mitos.

El momento: la línea de teclado que suena en el puente, que pasa de doblar el bajo a una melodía como de ciencia ficción de serie B maravillosa, mientras Idol nos promete la luna. Cómo negarse.

208. Electronic, Getting Away With It

Juntar a individuos de aptitudes tremendas en proyectos Frankenstein no tiene por qué funcionar siempre (que miren en las vitrinas del Parc des Princes, a ver cuántas Champions les salen), pero cuando se cruzaron los caminos de Bernard Sumner (curtido en Joy Division, consagrado en New Order) y Johnny Marr (aguantó a Morrissey cinco años con los Smiths) saltaron chispas, y "Getting Away With It" es el mayor testimonio de ello. Los dos maestros reclutaron a otras luminarias, como ambos miembros de Pet Shop Boys (siempre se agradece escuchar la voz nasal de Tennant en cualquier contexto) y la ganadora del Oscar Anne Dudley, de los pioneros del collage Art of Noise, que se encarga de las lujosas cuerdas, sin las cuales la canción perdería buena parte de su lustre. Dice un refrán argentino que "muchas manos en un plato hacen mucho garabato", pero aquí es todo lo contrario: el resultado es una tristeza luminosa que no se puede encuentrar muy a menudo.

El momento: Johnny Marr evitaba los solos como la peste, lo que hace el tartamudeo que da pie a su sencilla acometida, con guitarra acústica, aún más adorable.

207. Feist, One Evening

La canadiense Leslie Feist nació con una privilegiada voz envuelta en bruma, como si cada nota que sale de sus pulmones viajara sobre una nube de humo. El imperio hípster, paradójicamente dado a sus perennes ansias de modernidad, la convirtió en una de sus artistas enseña, eludiendo que está mucho más próxima a grandes del soul como Dusty Springfield que a los vanguardismos folk de Bon Iver, por decir a alguien. "One Evening" es uno de los diamantes más relucientes de un álbum, Let It Die, plagado de ellos; un paseo nocturno por una ciudad fría y solitaria, buscando el abrigo transitorio de algún corazón al que despachar a la mañana siguiente. Es elegante, con esas cuidadas guitarras y los reconfortantes pianos eléctricos: parece pedir a gritos ser degustada en tinieblas y con un vinito; ropa opcional. 

El momento: Feist interrumpiendo lo que parece otra instancia del coro con un "moooving on". Ella se ha olvidado de ti, supéralo.

206. Dexys Midnight Runners, Come On Eileen

"Come On Eileen" sigue siendo una rareza dentro de la superficial década de los ochenta (que por otro lado copa un porcentaje desproporcionado de esta lista): fusiona de manera insólita géneros en las antípodas musicales, el soul y la música celta, adjudicando a esa amalgama una estética sin par, la del peto vaquero, que de alguna manera no murió con ellos. Los Dexys, mal considerados un "one hit wonder" (spoiler de la parte 4: no), rindieron homenaje a las raíces irlandesas de su líder Kevin Rowland, poseedor de una voz impostada (y, en según que circunstancias fisiológicas, muy desagradable) cuyo descontrol intrínseco no puede ser más apropiado para la jarana que montan sus Midnight Runners. Con sus violines y banjos son la escolta perfecta para las súplicas de Rowland; si Eileen aceptó la invitación, es un misterio.

El momento: casi no hay que decirlo, existiendo ese inmortal deccelerando que va cogiendo velocidad hasta volverse imparable: "come on, Eileen, too-loo-rye-ay..."

205. Chris Rea, On the Beach

Que no os confunda el peinado leonino y esos aires un poco al rubio de Cruz y Raya: este británico (y ganador de un SoundClash) es todo un bluesman. Lo admito, es fácil despistarse, especialmente cuando se escucha su obra, casi siempre reminiscente de atardeceres en playas paradisíacas vistos con mojito en mano, pero hasta en la transparentemente costera "On the Beach" (y aquí escojo la versión regrabada de 1988, no la de un par de años antes, bastante más amodorrante; el público en Spotify me da la razón) su verdadera alma sale a la luz. Apenas hay un instante donde no suenen líneas de guitarra sutiles pero exquisitas, de todos los sabores: riffs provocativos, rasgueos seductores, punteos que se pavonean ante tus auriculares, o las tres cosas a la vez. Rea y su voz penetrante se las saben todas, y el único remedio es dejar que se cuele en tu mente cual arena en un bañador. Toma símil.

El momento: no diría que es mi fragmento favorito, pero aún así la absurda modulación que inicia ese cortísimo pasaje smooth jazz, y lo impecable de la resolución de éste me hacen quitarme el sombrero, o la pamela.

204. Split Enz, Six Months in a Leaky Boat

Nacer a miles de kilómetros de los focos no tiene que ser una desventaja: libres de las ataduras que supone tener una infraestructura del show business todopoderosa, Split Enz pudo disfrutar de la prerrogativa de hacer lo que les viniera en gana desde la comodidad de su nativa Nueva Zelanda, quizá saltando el mar de Tasmania de vez en cuando, sin tantas presiones. Esa autonomía dio frutos, engendrando entre otras genialidades "Six Months in a Leaky Boat", una disparatada historia naval que levantó ampollas (bastante irracionales) en plena guerra de las Malvinas. Prologada por "Pioneer" y sus evocadores arpeggios, la estructura es casi progresiva, a menudo recordando a esos Genesis en pleno relevo Gabriel-Collins, aventurándose por océanos ignotos cual aborígenes pese a tener esa "tiranía de la distancia" en contra. La dramática coda presagia un final trágico, pero del naufragio del barco Split Enz surgió Crowded House, ya con todos los agujeros bien sellados.

El momento: puede que exista alguna situación en la que dar énfasis con palmadas a un estribillo no surta efecto, pero en "Six Months" no es el caso.

203. Billy Joel, All for Leyna

El destino ha querido que Billy Joel sea considerado por siempre un segundón: sufrió el infortunio de ver solaparse su apogeo con el del monarca indiscutible del piano pop (Elton) y el del profeta de la clase obrera de la costa Este (Bruce), dos cargos que Joel podría haber ostentado sin despeinarse. Supongo que los ceros en su cuenta corriente le habrán ayudado a dormir por las noches mejor que mi validación en este artículo, pero por si acaso: su genialidad nada tiene que envidiar a ningún otro compositor puntero. "All for Leyna", lanzada nada más abrirse la nueva década de los 80, demuestra que el neoyorquino iba a tener cero problemas adaptándose a los tiempos. Empujado por ese nervioso ostintato de su CP-80, Joel se desespera tras el abandono de un ligue pasajero (bien podría ser la otra cara de "One Evening"), haciendo gala de su teatralidad mientras espera a alguien que no va a volver. Pocas veces se ve a Joel tan alterado, y le queda muy bien.

El momento: "I wait in the dark / listening for her / instead of my old man saying... STOP!!". Las daddy issues de Billy a flor de piel.

202. Slowdive, When the Sun Hits

Después de tanta horterada (soy el primero en reconocerlo), ver de repente a una banda tan cool como Slowdive por aquí es un soplo de aire fresco. Justo acabo de entrar en Twitter y leer a alguien decir que el "volumen nunca es suficientemente alto para tu canción favorita". Huelga decir que esa no es "When the Sun Hits", pero el sentimiento se aplica igual: el shoegaze, ese movimiento noventero de distorsión infinita y ecos de catacumba en general debe servirse a tope de decibelios, y este tema no es una excepción. El triple asalto guitarrero se cuece lentamente durante exactamente un minuto, hasta que implosiona y nos golpea de lleno su onda de choque. Halstead, Goswell y compañía juegan con nuestra gravedad a placer, nos hacen levitar, volar, orbitar alrededor de un sol que estalla en mil pedazos. El apocalipsis nunca ha sonado tan atractivo.

El momento: la supernova de ruido divino. No podría ser otro.

201. Prefab Sprout, Bonny

Con Prefab Sprout intuyo que voy a tener muchos problemas, y es que llegará un momento que se me agoten las palabras (y las fotos de archivo) si tengo que hablar de ellos media docena de veces, para más inri casi todas las veces circunscritas al Steve McQueen. El álbum de 1985 está perfectamente condensado en "Bonny", tan solitaria, tan amarga, y sin embargo, al mismo tiempo un tónico que es tan agradecido de beber. Casi siempre se ensalza mucho a McAloon al hablar de Prefab, y es comprensible siendo una figura tan especial e infravalorada, pero la banda debe mucho a la presencia de Wendy Smith: sus coros aparecen como si vinieran de un ente incorpóreo, de otra dimensión, aportando esa cualidad vaporosa que caracteriza a la mayoría de sus canciones, "Bonny" entre ellas. Y todo el que las conoce, las ama, así que algo harían bien.

El momento: el entreacto instrumental a dúo, con esa melodía tan sublime y las turbulencias de una mano moviéndose por los trastes de manera bastante caótica. Asumir la marcha de "Bonny", sea quien sea y se haya ido por lo que se haya ido, parece que va a costar.

Esto es todo, hasta ahora. Cuesta escribir tantas parrafadas, aunque no lo parezca, así que hibernaré un ratillo en Navidades. Veremos si los turrones me rellenan el tintero. No se olviden de escuchar nuestro insólito podcast musical, y seguirnos en las redes sociales más podridas, y las que no lo están todavía también. ¡Disfruten de sus mazapanes!

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