¡Ah!
¡Qué zuhto!
Resulta
que llevamos un tiempo sin escribir por aquí, como seguramente hayáis podido
comprobar. Por algún motivo no terminé ninguno de mis últimos artículos, que
espero en algún momento sacaré, y quería escribir y… Eso.
El
otro día una amiga (¡Hola, Sara!)* me pidió que le pusiera algún tema
emblemático del que viene a ser mi cantautor favorito. Y como no es la primera
vez que me lo pide alguien, mientras le preparaba una breve lista de temas,
decidí convertirlo en un artículo. Y aquí estamos.
Del
asturiano hablé ya largo y tendido en el artículo que escribí sobre mi (su) disco favorito. Lo que haré ahora, por tanto, será elegir unos cuantos temas,
los que me apetezcan por no discrepar con el nombre de esta sección, y hala, ahí
quedarán.
Abrimos
con un tema más que obligatorio, ya que probablemente sea el más conocido de
Nacho. Curiosamente, aun siendo su tema más emblemático, está alejado de la
pesadez depresiva que suele caracterizarle. Ojo, no por ello esto es rosas y
felicidad: Ignacio es esa persona que escribió su epitafio con solo 30 años. La
tristeza subyace a una canción en la que, básicamente, nos cuenta cómo le ha
ido la vida, lo que ha conseguido y lo que no, que ha estado bien el rollo, y
que lo de mañana más y mejor se lo deja a quien lo quiera. Y punto. Además,
dice “hostias” con una sonoridad muy bonita. Por cierto, recomendada mil, como
en casi todos los casos (excepto en temas del manifiesto), la versión en directo: aquí, concretamente, la del
concierto en el Liceu de Barcelona que dio con Bunbury.
De
este tema ya hablé cuando hice una breve lista de acústicos asín gonitos. Pero
vuelvo a hacerlo ahora. El rollo es más depresivo, más aquel al que nos tiene
acostumbrados: un estribillo simple y una comparación de una ruptura con algo
grandioso y mediático, que se lo lleva todo por delante. Y claro, “ya nada será
igual, tras el día de la gran broma final”, se nos dice. De menos a más, y a ritmo de marcha militar, se
va saboreando la tragedia hasta un final que resulta bastante desolador. Si
queríais felicidad no haber venido a este artículo.
Felicidad.
Claro. Justo esa es la palabra más adecuada para esta canción que destaqué
especialmente cuando hice la crítica de El
Manifiesto Desastre. Inquietante como pocos temas en su discografía, Nacho
trabaja sobre esa misma idea de los amores que matan sabineros, solo que
dándole la vuelta hasta lo que define el título: no nos vale el “vive y deja
morir” de McCartney, pues aquí vivir implica matar. Y uno se pregunta qué
decisión tomará el que recuerda que “algo no funciona en mí muy bien”.
Otra
canción que en el mismo concierto catalán de que hablaba antes supera con mucho
a la original. Aquí no se hacen metáforas sobre el amor, sino que se usa este
como metáfora: la Blanca querida es, dicen algunos, la cocaína que atrapó la
vida del asturiano durante años. No es tan inquietante como el tema anterior
pero si no te estremeces al escuchar el desgarro y la desesperación de los
últimos versos, deberías dejar de leer este artículo ya.
El
último disco de Nacho, Resituación,
cobró un cariz político bastante destacado y destacable. Con todo, el camino se
había forjado ya a raíz del EP homónimo a este tema: revolución, una sociedad
que tiene que abrir los ojos, pan de Bimbo, yogures y mucha repetición de
versos. Intuyo cierta esperanza, pero no sé yo si es real. Será cosa del cariz
político. Así que ya sabéis: “solo habrá un nuevo principio, una vez consumado
el fin…”
Uno
de mis temas más queridos, y con una de las letras más destacables de este
chaval. O caballero. Tanto es así que lo utilizaba en mis talleres de poesía y
música como ejemplo a seguir, porque soy muy fan mojabragas. No hay estribillo,
ni nada que se le parezca, pero sí un contundente resumen al final de la idea en
torno a la que todo gira: “te he perdido, y eso duele”. El agua cae a chorros,
y no hay visos de que vaya a escampar, ni de que arreglen las goteras del
corazón. La depresión tiene pinta de que va para rato.
Nacho,
versionando, también suele lucirse. Cierto es que incluso a mí me gusta más la
original del grandísimo Townes Van Zandt (a quien descubrí a través de este
cover, por cierto), pero el homenaje captura a la perfección la esencia de esa
historia sureña. Creo. Tampoco es que me entere muy bien de qué va el rollo,
pero hay sexo de por medio con Miss Carrusel casi seguro.
“Te
diré, entre tú y yo, que me dan miedo las tormentas, que ahora veo que una se
acerca, que en el cielo hubo un temblor. Y solo pienso en escapar…” ¿Conocéis
esa sensación de necesitar a alguien a quien no puedes tener? ¿O de saber que
solo lo tienes por un tiempo limitado, que vas a perder a esa persona? Añádale
ese “yo trato de matar el tiempo, y entre tanto lo que el tiempo intentará es
matarme a mí”, y temazo asegurado.
Casi
se me pasa otro de los singles más famosos de Nacho, contenido en ese
desastroso manifiesto que tan fantástico resultó ser. Y es delictivo, porque no
solo fue la primera canción suya que escuché, sino que también es una de las
que mejor definen su discografía: un tono entre lánguido y alegre, una letra
ambigua, nostalgia, alcohol, sensualidad y… supongo que eso es todo, y eso nos
quedará. “Menos mal…”
El
honorable décimo puesto corresponde a un tema… peculiar. No es de Nacho en
solitario, sino del trabajo que hizo con Xel Pereda en ese proyecto llamado
Lucas XV, cantado en asturiano y trabajando sobre temas populares de su tierra.
Esta canción, concretamente, cuenta de manera algo libre el romance de Teresina
y el Príncipe de España. Y como es un romance que le gusta a Nacho, no acaba
bien. Preciosa como ella sola, y muy capaz de saltar las lágrimas. No digáis
que no os he avisado.
Iba
a dejarlo en 10, pero me avergonzaba no incluir este tema que “no es tan
trágico”, pero que no está nada mal. Depresión, medicación, y fuerza de voluntad
fracasada para intentar seguir adelante día tras día. ¿Te duele el alma?
Apechuga, que no es para tanto, nos canta Nacho con voz desgarrada. Y de esto
él sabe un rato.
No
hay 11 sin 12, ya sabéis lo del dicho popular. Quizás sea este el tema más
lento de la lista, y tiene un acompañamiento precioso. Y habla de Sísifo, que
siempre es un plus. Por algún motivo extraño, además, es esperanzadora, y tiene
momentos de entonar rarunamente. No se puede pedir más, por Dior.
Ya
sí que cerramos, con este número tan bonito. Y con esa canción que sigue el
tópico efectivo del “¿estás mal? Vámonos de bares”. Hay gente que apunta a que
es una suerte de segunda parte de otro tema anterior de Nacho, pero para mí lo
importante son las discrepancias en torno a la letra: terrible para algunos,
fantástica para otros, entre los que me cuento. Al menos en lo que son las
estrofas: el estribillo coral no es especialmente destacable, pero no se puede
tener de todo. Si lo dice bien Nacho, con eso de que “ahora sé que lo único
inagotable es esta insoportable pena”. Como si no nos diéramos cuenta.
Última
y me callo: probablemente sea esta la canción más destacada de ese experimento
colaborativo con Bunbury que fue El
tiempo de las cerezas. Tópica en su construcción (inicio suave e
instrumentación creciente hasta que golpea), pero brillante en su ejecución: el
órgano, el piano, la letra cargada de metáforas y símiles (alguno poco
comprensible), y ese dolor tan arraigado. Lo siento, pero no puedo dejar fuera
de la lista una canción que dice que “entre el dolor y la nada, elegí el
dolor”. Es superior a mis fuerzas.
Y
eso ha sido todo, me parece a mí. Ya nos veremos, si no os suicidáis después de
toda la escucha. Además, no olvidéis que eso que cantaba Nacho de que todos
fantaseamos con una muerte dramática no tiene por qué llevarse a cabo.
Iba a deciros que escuchárais también "Seronda", pero igual me estoy pasando un poco, ¿no?
Allez-y,
mes ami!
Buenas
noches, y buena suerte.
*
Algún día dejaréis de pensar que estoy enfermo por saludar así a la gente en
mis artículos. Lo presiento.
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