Es casi seguro que esta es la reseña que más he postergado en mi “carrera” como crítico. Otras
las planteé, las empecé, las abandoné y las olvidé; la de Nacho no. Mil veces
me he puesto frente al papel y he terminado dejándola de lado porque,
básicamente, no me creía capaz de hacerle justicia al trabajo. Pero hace poco
vi esa genial reseña que Quixote hizo del Different
Class de Pulp y pensé “mira, tal vez debería plantear así la de Nacho”.
Además, después de la bazofia empaquetada de las últimas reseñas, viene bien
que traiga algo de calidad para no encasillarme, así que… aquí estamos.
De
la dilatada discografía de Nacho Vegas, aquel asturiano que en los años 90
liderara un sector del panorama alternativo norteño español, que luego se
enrollara con la valkiria Christina Rosenvinge (artística y personalmente) y
con Bunbury (solo artísticamente… creo), y que se convirtiera en el cantautor
indie por excelencia… de ese individuo, digo, probablemente sea este su trabajo
definitivo.
Y
no es porque sea el que acumule más de sus grandes temas ni, en general, los
más archiconocidos o sobresalientes. Es por la construcción del conjunto. Nacho
suele citar como influencia a Townes Van Zandt (versión mítica incluida), pero
si tuviera que sacarle algún parecido serían ciertos discos de Nick Cave y sus
Bad Seeds. Y de ahí las tres ideas que para mí definen este disco: languidez,
miedo y dolor.
Dolor,
sobre todo, desde el primer minuto, cuando abre “Dry Martini, S. A.”,
probablemente el tema más sonado del trabajo. La estructura es paradigmática de
lo que serán muchas canciones: introducción suave (aquí un piano) y creciente
unión instrumental, incluyendo unas panderetas (o algo de eso, hay maracas que
suenan muy igual) de fondo muy machaconas, que va arropando la voz. La música
no es lo más destacable, ni tampoco lo es la voz de Nacho, a pesar de lo bien
que venga con la temática de esta pista: no, lo que destaca son, obviamente, su
letras.
Y
así se nos pone en el tema más intimista del disco en una historia
autobiográfica que puede ser muy interpretable, y que yo interpreto como un
sexo que lleva a amor, y un amor que desemboca en pérdida. El juego se vuelve
demasiado real, hace daño, pero… siempre queda el sexo anal. Si hay algo que
Nacho sepa hacer es sufrir, y hacer el sufrimiento más llevadero.
“Detener el tiempo” cambia de tercio totalmente. De nuevo el protagonista, el propio
Nacho, nos lleva a su propia infancia, cuando creía que el tiempo se podía
detener, y le enseñaron lo imposible de su deseo. Años después, sigue aferrándose
a esa ilusión, componiendo canciones para lograrlo, y lo cree posible, pero los
oyentes sabemos que es un deseo vano, lo cual hace el asunto todavía más
trágico.
En
la tercera pista el foco se pone en una segunda persona, el otro gran recurso
de Nacho para acercar al oyente sus canciones. En “Junior Suite” hay unas
obligaciones que se postergan (se me podría aplicar mucho esto), unos coros
(esas niñas que visitaban a quien a punto estuviera de conocer a un Panero),
una llegada a un lugar que no es tan maravilloso como parecía y… la verdad es
que es un tanto ambiguo. Y cuando la ambigüedad le brota, no es fácil pillarle.
La
primera vez que escuché “Lole y Bolan (Un amor teórico)” le cogí bastante
tirria, la verdad. Y aún hoy es de mis temas menos queridos del disco. Nacho
perjura una y otra vez que querrá siempre a la otra persona “en teoría”, y
ahonda en discusiones de pareja, poniéndose en el lugar de ambos. Es bastante
alegre y cercana (quizá por eso no me gusta, yo soy de amor destrozado), y
tiene algún momento que sí que me encanta, como los gritos desaforados o esa
discusión entre Nacho y Christina donde parafrasean la opinión de Homer Simpson
sobre el comunismo.
“El tercer día” es el dolor. Como concepto. Es una de esas canciones que me
recuerdan mucho a Cave: íntima, sucia, visceral. Alguien pugna por sobrevivir
en un cuarto que nunca cambia, en una vida en soledad que en cualquier momento podría
acabar. Nacho es capaz de trasladar a la perfección lo que siente ese
protagonista, y hacerte sufrir como nadie cuando grita de manera desgarrada
persiguiendo un día tras otro. Y el final, cuando todo se apaga y solo queda un
piano suave… bueno, yo lo veo como la indirecta clara de la historia no
concluida.
El
único tema no propio del disco es “Nuevas mañanas”, una adaptación de Guy Clake
que supone, básicamente, una canción de perdón. Nacho vuelve a hablar a esa
amante ignota, a la que pone en un pedestal, mientras se sorprende de que la
otra siga con él a pesar. A pesar del ánimo, de que “todos creen que voy a perderte,
pero juro por lo más sagrado que eso no sucederá”, a pesar de ello Nacho no
puede librarse de ese temor a la desgracia omnipresente. ¿Lo más interesante de
esto? Sin duda la manera tan acertada y fluida que tiene de construir la
estructura y el ritmo de la narración (apoyado también por coros sempiternos).
Probablemente
sea “Crujidos” uno de mis temas más queridos de la carrera del asturiano, y es
fácil comprender por qué. El nivel, tanto de interpretación como compositivo,
está altísimo, y la letra cae incluso por encima. Una extraña obsesión con ese
tercer día al que ya dedicó una canción le hace repetir de manera constante,
intentando salir de un bucle sin fin del que no puede escapar. Alprazolam,
incomprensión, ganas de escapar (de todo y de uno mismo)… y al tercer día todo
vuelve a irse a la mierda. Es casi patético el sentimiento que se nos
despierta, pero como dice Nacho, hay que seguir intentándolo. “No es tan
trágico”, nos confirma, “te diré otras cosas por las que llorar…”.
En
“Mondúber” pareciera al principio que nos topamos con otro tema de pena por un
amor que se ha apagado, pero pronto Nacho desmiente esa impresión. Aquí lo que
pugna por salir es el rencor, con mucha fuerza (hacía tiempo que no oía a nadie
cantar un “puta” con tanta rabia). Hay amor, claro, y eso es lo que más le
molesta: el necesitarla, pero no querer necesitarla. Y lo mismo por parte de
ella, que también le dice finuras, en un baile de arrojarse sus trapos sucios
mientras un coro nos recuerda que a cada uno pertenecen sus penas, y que no
tienen por qué sufrirlas los demás. A pesar de lo típico de la historia (algo
en lo que insiste la propia canción), sigue teniendo versos preciosos: los
pelos se ponen de punta con ese “y tú, solo tú eres el único culpable / el
cielo presagia una auténtica debacle”, o con el dolido “quisimos tratar de
dormir un sueño que nunca llegó. / Y mañana jamás se parece a ese mañana de
ayer, / y acabamos hundiéndonos el uno en el otro otra vez”.
Aunque
pudiera parecer irónico, el tema pseudo-homónimo, “Un desastre manifiesto”, pasa
un tanto desapercibido a pesar de su calidad, quizás por el lugar donde está
situado (justo en el punto medio entre dos de las tres canciones principales).
El tono ahora se torna en amenaza: vemos a un tal Señor G, alguien que no es
tan bueno como se cree que es, al que Nacho recomienda desaparecer antes de que
sea demasiado tarde. Las viejas heridas pueden volver a doler, y cuando un daño
se ha hecho… a alguien le toca pagar. El coro aparece cada poco tiempo para
fomentar esa sensación de siniestro inminente y triste (“el cielo está
llorando, y mi última oración / cruzó los siete mares, nos trajo luz y calor”).
Extrañamente alegre suena el último tercio de la canción, aunque es una
sensación muy engañosa.
“En lugar del amor”… nos hicimos el daño, reza Nacho ahora. Y la verdad es que
tampoco se le pueden decir muchas bondades más a una canción que cumple, pero
no sorprende. Es el tema que define la languidez por excelencia en este
trabajo, y quizás por eso se me hace tan pesado escuchar al asturiano
quejándose por enésima vez de esos amores que matan, de la felicidad que se
escapa, y de que nada es como le gustaría que fuera. El problema es que el
dolor aquí no es rojo, ni negro: es de un gris puro, y eso aburre.
Intencionadamente, imagino, pero no cambia eso el hecho de que no es lo más
destacable del trabajo.
Máxime
cuando justo después, y ya siendo la pieza que cierra, llega “Morir o matar”,
el tema que debería hacer pasar este disco a la historia, si el resto no había
bastado. Verbigracia, es esta la mala semilla que más nos acerca al asturiano y
al australiano, y es eso lo que más atrae. La letra es una verdadera maravilla
sobre la que podría escribir un artículo entero, y la construcción musical
acompaña a la perfección. Nacho empieza con ese tono monocorde y vacío a
contarnos algo que parece resultar ajeno, pero que se va concretando en esa
segunda persona, un amor que parece funcionar… y que se ve truncado por la
fuerza del destino.
Pero
no es un destino que haga repetir: es un destino que llevará al protagonista, a
Nacho, a matar a su amada. Es estremecedor cómo él se va abocando a la
destrucción (“y mezclé en una cuchara el polvo blanco y el marrón, / y con la
sangre aún resbalando te llamé desde ese hotel, / «por favor, entiende que algo
no funciona en mí muy bien»”), mientras ella aterrada quiere huir, y se plantea
el suicidio (“antes de que tú me mates prefiero matarme yo”). La música, que
empezaba lenta y distante, se torna cada vez más agresiva, cercana e intimista,
culminando en un momento que supera con mucho lo que podríamos considerar un
pesimismo sano. De hecho, después de analizar su final muy pausadamente, he llegado a interpretar un final muchísimo más triste a la par que bello de lo que siempre imaginé.
Y ahí
cierra el disco. Bruscamente, sin miramientos, en el punto más alto. Dejando el
cuerpo con una sensación curiosa pero, desde luego, impactante. Y para bien.
Para muy bien.
Y ya que
lo brusco cierra bien, lo dejamos aquí.
Allez-y,
mes ami!
Buenos
días, y buena suerte.
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¿Tengo
que escuchar esto?: deberías. Es el disco más destacable de uno de los grandes
cantautores que haya habido en España. Merece la pena.
Si
solo tuviera que escuchar una canción: aunque me duela por “Crujidos” (y en
menor medida por “Dry Martini, S. A.”), veo absolutamente obligatoria la
escucha de la sublime “Morir o matar”.
¿Dónde
debería escuchar esto?: en una habitación de hotel, mezclando polvo blanco y
marrón. Y si es en el tercer día de encierro, mejor que mejor.
Me
ha gustado, ¿dónde hay más?: de Nacho me gusta mucho algo radicalmente distinto
como es el Lucas XV que lanzó con Xel Pereda (que colabora también en este trabajo) recopilando
canciones tradicionales asturianas. También el directo en el Liceu con Bunbury
merece mucho la pena, así como algunos EPs (al azar) y acústicos (de hecho, lo que menos me gusta de Nacho es su producción un tanto sucia y cargada; por eso los acústicos, que suelen ser preciosos y simples, me atraen tanto). Por decir
algo, por ejemplo, La zona sucia mola
bastante. Y si hablamos de otros cantautores… pues en esta línea un poco Cave,
un poco Van Zandt, un poco Waits, un poco Sabina y así las cosas.
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