Rondaba el año ’63 cuando un
chaval gaditano, de Algeciras, que contaba con apenas 16 años, publicó junto
con su hermano Pepe un disco de flamenco titulado Los Chiquitos de Algeciras. El chaval no será otro que un jovencísimo
Paco de Lucía, probablemente el hombre que mejor ha dado a conocer la cultura
musical española en todo el mundo... o al menos, el que ha producido la de
mayor calidad fuera de nuestras fronteras.
Claro
que en aquel momento Paco no era del todo Paco, sino que seguía siendo más
Francisco Sánchez. La suya fue una carrera larga y tortuosa, de mucho trabajo
duro (tocaba de oído, y no sabía ni una palabra de teoría musical), aunque él
siempre negara eso del “doloh de la creasióh” y afirmara que lo que más le
gustaba en el mundo era “estar eshao”; como fuera, habrían de pasar aún 10
años, hasta encontrarnos con un Paco ya entrado en la veintena, para que
publicara Fuente y caudal.
Y
es que Paco hacía una declaración de intenciones desde la primera pieza del
disco, ese “Entre dos aguas” que se convirtió en su seña de identidad más
característica (quizás junto con su celebérrima interpretación del Concierto de Aranjuez). Presenta el gaditano una rumba de seis
minutos en que comienza su guitarra sola para apoyarse pronto en unos bongos
que llevarán el ritmo toda la canción, mientras el ritmo se va acelerando poco
a poco, de forma sutilísima. Pronto se une otra guitarra, y ésta y los bongos
mantienen su tonada central; poco antes de la mitad de la pieza se produce el
cambio melódico, y entonces la guitarra de Paco va acelerándose cada vez más
(acompañada por los otros), tejiendo una red que atrapa hasta un paroxismo final
inimitable. Un tema y le ha bastado para conquistar el disco.
Desde
ahí, claro, no se puede ir más hacia arriba en cuanto a calidad, porque no hay
nada más arriba. Así que “Aires choqueros”, quizás por eso, se lleva la peor
parte. Unas guitarras abren recordando a los últimos compases del tema
anterior, con una percusión machacona y un tono más melancólico y andaluz que
la anterior. Me dicen mis fuentes que es un fandango, y aquí empiezan mis
problemas: probablemente sea la persona menos indicada para reseñar un disco
así, compuesto de instrumentales a base de guitarras flamencas... Como sea,
técnicamente la pieza no tiene nada que envidiar a la anterior, si bien el
sentimiento que transmite no alcanza las cotas de “Entre dos aguas”.
“Reflejo de luna” es una granaína que puede recordar al tema anterior, pero donde al
principio la rapidez en las pulsaciones da paso a la fluidez del punteo, que
hace que por momentos recuerde a una mandolina... para luego volver a traer al
primer plano los punteos rápidos y breves. Curiosamente, es el tema que me
transmite algo que más relaciono con el título, y a pesar de su cierta
velocidad y, como digo, fluidez, no deja de ser una pieza lánguida, a caballo
entre los golpes de acorde y los punteos, como si conversara la guitarra
consigo misma.
Lo
siguiente que vemos es una bulería, “Solera”, un tema relativamente corto pero
tan complejo como el resto del disco, que nuevamente queda a caballo entre
punteos a gran velocidad y acordes más pausados que se intercalan entre ellos.
Personalmente, es de los temas que se me hacen más repetitivos del disco,
porque aunque ofrece una gran técnica, no es de una expresividad especialmente
destacada, como si lo son otras piezas. Al menos, no lo es hasta el final,
donde justo cuando empieza a coger más fuerza la música se va apagando.
El
tema homónimo del álbum, “Fuente y caudal”, responde al género de la al parecer
llamada taranta, y es uno de los que
suenan con más influencia mediterránea (el resto tienen aires más orientales y
musulmanes). Comienza siendo la pieza más pausada de todo el trabajo, aunque al
ser uno de los más largos se permite desarrollarse con numerosos cambios de
ritmo y melodía, que la convierten en un tema especialmente irregular, con
puntos muy interesantes y otros que flojean más.
Otra
bulería (espero que no hayáis pensado antes en Bisbal, ¿eh?) del trabajo es “Cepa andaluza”, que tiene un comienzo de palmas genial mantenido como base rítmica
de toda la canción. La guitarra de Paco nuevamente está a caballo entre los
punteos y los acordes que desgrana, permitiéndose ciertas escalas que suenan de
maravilla. Quizás el tema se haga algo más repetitivo que otros del disco, algo
que probablemente se debe a la base rítmica utilizada, y a que por momentos se
pierde el sentimiento en la complejidad. Sin embargo, los casi seis minutos que
dura dan para muchos contrastes.
Casi
culminando el disco encontramos “Los Pinares”, un tango en que a la guitarra de
Paco y las palmas acompaña también la guitarra de su hermano Ramón (el mismo
que le acompañaba en “Entre dos aguas”), lo que permite crear un doble juego de
guitarras muy veloz e interesante, que se encuentra entre los más pulidos de
todo el álbum. Y, sin duda, también es uno de los más absorbentes.
Nuevamente
se atraen los ritmos musulmanes (un rato, luego son más mediterráneos) en la alegría que cierra el trabajo, “Plaza de San Juan”, un tema donde la guitarra vuelve a tener el protagonismo absoluto, y
que se desarrolla con calma, acelerando a tramos, y haciéndolo cada vez más,
pero siempre de forma constante y fluida. Combina punteos muy rápidos con
pasajes más lentos, que se van alternando durante tres minutos (es la pieza más
corta), para crear una instrumentación nostálgica y lánguida, que pone al disco
su broche perfecto. Los últimos compases, los más acelerados de la canción, son
una verdadera delicia.
Fue
este disco el que por fin lanzó a Paco de Lucía a la fama absoluta, y le
permitió llegar con su música a lugares donde el flamenco antes estaba vedado.
Desde este momento se lanzó a una carrera que no haría sino crecer cada vez
más, y que se vio truncada tras su muerte, por un infarto, el pasado 25 de
febrero, dejando atrás un legado de más de 30 discos (decía Mike Oldfield de él
ayer: “cuando le veías tocar su guitarra,
era como si fuese uno con ella, como si formase parte de su cuerpo, su alma. Es
triste que se haya ido, pero, por suerte, nos dejó muchísima música para
inspirarnos”).
Tras
esta crítica, creo que queda claro que no soy la persona más indicada para
reseñar un disco así. No soy especialmente bueno analizando guitarristas, y
mucho menos en géneros que conozco tan poco como el flamenco. Sin embargo,
baste este sentido homenaje a un hombre al que siempre admiré, y cuya pérdida
sin duda se hará notar en el mundo de la música.
Un
abrazo, maestro.
Allez-y,
mes ami!
Buenas
noches, y buena suerte.
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LO
MEJOR: “Reflejo de luna”, “Cepa andaluza” y “Los Pinares” me encantan. Aunque
por supuesto lo mejor resulta “Entre dos aguas”.
LO
PEOR: “Solera” y la misma “Fuente y caudal” no me terminan de convencer.
VALORACIÓN:
8/10. Técnicamente, es una genialidad, y básico para cualquiera a quien le
guste Paco de Lucía. En cuanto al sentimiento... Transmite, y mucho, pero eso
ya dependerá de cada uno apreciarlo. Desde luego, no es un disco para todo el
mundo.
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